¿Cuánto tiempo lleva elaborar un huevo de Pascua? ¿Cuántas personas hacen falta para destruirlo? A veces los medios justifican el fin.
por Ariel Caravaggio
¿Sabés cuánto tiempo lleva confeccionar un huevo de Pascua? Bastante.
¿Y romperlo? ¿Tres segundos? ¿Uno?
Empíricamente, el miércoles en José C. Paz medimos que hacen falta 23 personas para hacer 420 huevos. ¿Cuántas se necesitarían para destruirlos? Un solo tipo, ¿en cuánto despedaza, aplasta, destruye cuatrocientos huevitos de chocolate?
Pasó que nos propusimos un desafío que tiene algo de absurdo pero mucho más de místico: producir 1.000 huevos (¡mil huevos!) de chocolate para regalar, en un festival antes del día de Pascuas, a los nenes de JCP.
Para eso, este 2 de abril unos veintipico obstinados -entre compañeros del Centro Cultural en el que trabajo y voluntarias mujeres- nos levantamos relativamente temprano para ser feriado, compartimos en redes alguna foto de las Malvinas o escuchamos al presidente decir que los habitantes de las islas se sienten ingleses, y encaramos el Operativo Mil Huevos.
La comandante designada, Yésica Yodra, inventora del ya famoso Alfajor Paceño, nos había ordenado comprar 20 kilos de chocolate con leche, seis paquetotes de blanco, confites y moldes plásticos número 10. También llevar bowls, espátulas, una olla.
Un compañero la buscó por su casa-taller, junto con la máquina derretidora que nos ahorró la tarea de ablandar el oro negro en microondas.
Para cuando llegué, poco antes del mediodía, el engranaje fordista ya lucía aceitado.
Algunas mezclaban cada tanto el chocolate.

La maquinola de Yodra parecía una piscina para duendes: filmada de cerca recordaba a las cascadas azabache del maravilloso universo del Willy Wonka de Burton.
Otras llenaban los moldes, armaban medios huevos y los llevaban a la heladera.
Sentí empatía y vértigo cuando quedaban colgando boca abajo: mientras algunas ponían el molde de cabeza, después de haberlo mareado en círculos para recubrir cada milímetro, el chocolate se aferraba con uñas y dientes al plástico cóncavo, sin éxito, y lloraba lágrimas marrones.
Me acordé del aplastamiento de las gotas.
Y así todas y todos, cada uno en su engranaje, rellenando, desmoldando, cebando mate, llenando la manga, calentando agua, armando el moño, embolsando el trofeo.
Me bulinearon, las señoras, cuando intenté manipular la manga y decorar. Pasé por todas las estaciones de la cadena de montaje con el entusiasmo de un nene. Cerré huevos y me olvidé de ponerles confites adentro. Suspiré sonriente cuando terminamos.
La gracia (acá apuntaba, ya llegamos…) no era jugar con chocolate, derretirlo, oler a Bariloche. En el Operativo Mil Huevos los medios justifican el fin.
Juntarnos. Conocernos. Arrimarnos.
La vecina de Zuviría que va a folklore y lleva a sus hijos al taller de teatro.
La hija que propuso sumar a los scouts para que, en la segunda jornada, podamos ser más y llegar a los 1.000.
La familia que llegó tarde y se quedó manija.
El marido de Yodra, la esposa de Dani, la que se enteró por Facebook, la que le avisó la nieta, mi viejo juntando cajas por la calle, la que quiere venir la próxima para cumplir el objetivo.
Más allá de regalar cien o mil o un millón de huevitos de Pascua, más allá de armar juegos para los pibes, de organizar una feria con emprendedores locales, de la música, los artistas y la mar en coche, lo único que importa en realidad es juntarnos.
Unirnos con un propósito.
Activar, mandarle mecha, impulsar una meta común, chica, mediana o grande pero c o l e c t i v a. Crear comunidad, como las hormigas y los compañeros.
Hacer un solo huevo de chocolate lleva, probablemente más de 20 minutos. Hacer mil, mucho más tiempo y muchas más manos sincronizadas en mente, cuerpo y espíritu.
Romper los huevos se hace fácil, estés solo o en patota. Pero no es lo nuestro. Que rompan otros: nosotros hacemos.