Como el pintor

Un cuento para mis nietos

11 06 25
Cristina, calabazas, zapallos

Hace diez años, una mujer se convertía en calabaza y yo empezaba una historia para los que vendrán. Distinto de aquel, pero casi igual, añado estas enumeraciones sobre mi plaza inolvidable.

por Ariel Caravaggio


Para siempre voy a recordar la plaza del 9 de diciembre de 2015. Se las voy a contar, si es que los tengo, a mis nietos. Y ojalá que los tenga porque me estoy preparando fuerte -primera enumeración- para ser un Nono que amase fideos, un abuelo que prepare asado, un viejo secuaz de travesuras y un narrador de anécdotas peronchas.

Mi abuelo me hizo peronista -van a contar en 2065, o andá a saber, no sé matemáticas, soy periodista.

A aquella plaza -la que despedía a la primera mujer electa dos veces presidenta de los 48 millones de argentinos, la del 54% de votos, la viuda, yegua, chorra, montonera, la que le dispararon en la cara, la que metieron presa- la recuerdo patente.

Yo estaba a la altura del Cabildo, o sea en el fondo de la misma Plaza de Mayo que vio las bombas del 55 a los civiles, la del Fuerte que recibió las hordas highlanders del general Beresford en 1806, la de la Victoria donde French y Beruti repartían más aprietes que escarapelas en 1810.

Con mi amiga Aldana, estábamos, y llorisqueamos juntos escuchándola. No había señal de celulares y era imposible encontrarnos con Juan o Natalia. Ella (Cristina, no Aldana) estaba toda de blanco, brillante como un ángel después de tanto luto negro, y no nos cansamos de oirla repasar con épica romana la década ganada durante ¿qué fue? ¿una hora? ¿hora y media? ¿dos? Parecía interminable y no queríamos que terminara.

Detallaba cómo nos habíamos desendeudado del FMI con un balance quirúrgico, y explicaba por qué la Asignación Universal por Hijo fue revolucionaria (no importaba el plan: bajo la máscara de una emergencia obligó a las familias a mandar los chicos al colegio, a vacunarlos y llevarlos al pediatra), y las rutas, los acueductos, Vaca Muerta, YPF, los satélites, las AFJP, la jubilación para amas de casa, el matrimonio igualitario, las nuevas universidades…

Cristina Kirchner
Cristina Fernández de Kirchner en la histórica Plaza de Mayo del 9 de diciembre de 2015.

Después advirtió qsue se convertiría en calabaza, y entonces ascendió impregnado del humo de las parrillas el clamor de los gordos con bombos y las familias completas y las chicas progres de anteojos de carey y las madres luchonas con los changos colgados de ambas tetas y los poetas y las científicas y los profesores o los sindicalistas o los albañiles o también los artistas… íbamos caminando desde Constitución, en micros de La Matanza, en tren desde José C. Paz, con el subte desde Flores o a pata desde la ESMA.

Fue mi 17 de Octubre y pensé que era una despedida, el final. Decían N o v u e l v e n m á s, me acuerdo. Cuatro años después, apenas cuatro, tomé el ferrocarril SanMartín un domingo electoral a la noche para ir a cantar y festejar y tomar una cerveza bailando en las calles de Chacarita. Nadie ni nada nos quitan lo bailado.

Y hoy, ahora, la desazón y el temor que me invade nada más es otro capítulo que me tocó compartir con compañeras de trabajo y rutina, con amigos a distancia y mi amor a tiro de WhatsApp.

Hoy proscriben a la última dirigente capaz de contagiar desde la retórica, de discurso brillante y machete prescindible.

Es otro capítulo, nada más, nada menos. Quiero creer, aunque admito que se abre un portal a lo desconocido. A la proscripción la conocemos de libros. A Dorrego, Yrigoyen y Perón los exiliaron, fusilaron o encarcelaron. Después, hubo desaparecidos. Ahora esto, que nos toca experimentar.


Hace unos diez años de aquella, mi plaza inolvidable. Siempre recordaremos con quiénes estuvimos, a quiénes les hablamos, la previa y el after. Como en un Mundial. El mundo hoy tiene ChatGPT, robots y un nuevo holocausto asiático. Soy distinto de aquel, pero casi igual.

Lo que nos envidian, lo que no perdonan los malos de esta película (no hablo de la grieta, no me refiero a la gente que vota distinto: los malos son los malos, acá y en La Quiaca), es que a nosotros los peronistas nos mueve la empatía, la devoción por la Patria, abrazar a un compañero desconocido que llora.

No nos vieron subirle la ventanilla a un mendigo, no le decimos negro de mierda a nadie. Tampoco nos verán con muñecos en bolsas de consorcio amenazando al disidente ni abrirnos de gambas (“ilgui hibrín hichi”). Y eso, lo siento mucho, nos hace mejores.

El poder es que te quieran.

Libertad es abrir la ventana y que te abracen miles de brazos, que te arrullen millones de voces, que te banquen hasta la victoria siempre.

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